jueves, octubre 05, 2006

El extranjero

Día libre en Priapolis. Me subo en la bici y voy para el centro. El centro de acá consta de una avenida principal, la rambla, con algunos bares, heladerías y negocios. Hay una sola libreria bastante buena. Tiene ediciones lindas y variedad de libros. Iba en busca de una heladería; por donde está el hotel no hacía frío, pero llegando a la rambla el viento era tan fuerte y arrastraba tanto frío que dudé de si realmente quería helado. Para mi suerte encontré cerradas las dos heladerías que había, así como la librería y la mayoría de los negocios. Terminé en "La Pasiva" que es el clásico de Uruguay, y es casi como estar en un Mc Donald´s. Me senté de manera que pudiera contemplar el mar y ser salpicado por el poco, pero abrazador sol que todavía era bastante perpendicular. Observé que una pareja estaba ya instalada a pocas mesas de la mía y antes de sentarme ordené al mozo un submarino acompañado de una gran medialuna rellena de jamón y queso. Poco antes de que el mozo aparezca con mi pedido, la pareja se levantó y se retiró sin consumir nada; mientras el mozo apoyaba en mi mesa el pedido, en busca de complicidad observé la retirada de la pareja sin haber consumido. El mozo me explicó que probablemente hayan encontrado un poco elevado el precio en el menú. Yo pensé que no sabía cuánto estaba saliendo mi merienda, pero que en el caso de que me saliera diez pesos (lo cual es elevado para lo que había pedido), era un pequeño presente que me hacía a mi mismo. Estaba allí disfrutando de lo que comía, viendo el mar embravecido y cubierto de olas desesperadas que se amontoban en la orilla y se arrastraban como pidiendo misericordia a los que observabamos indiferentes aunque sensibilizados. Pensé cuán curioso es que justo esté leyendo "el extranjero" en mi situación. Recordé que horas antes terminé un capítulo en el que el protagonista habla de la experiencia de estar en la cárcel, y de la soledad y el tiempo libre y caí en la cuenta de que trataba sensaciones muy similares a las mías recluido acá, en la ciudad perdida en el tiempo de Piriapolis. Allí sentado sentía que estaba viviendo un momento sumamente poético, plagado de imagenes naturales que facilmente se traducían en metáforas y hasta tenía paralelos en los que era necesario citar a autores y sus novelas. Contento con el material que estaba recopilando pedí la cuenta. Haciendo el pasaje de moneda esta merienda mediana me estaba saliendo quince pesos argentinos!. Sin ningún tipo de formalidad le dije al mozo que ahora sí entendía el por qué de la ida de los clientes. Tras pagar me monté en la bicicleta e hice unas cuadras rápidamente, sumido en el pensamiento de lo absurdo que me parecía el precio de esa merienda. Tan ensimismado estaba que llegué a exclamar "Que hijos de puta" en voz alta. Toda la poesía que había cosechado en esa experiencia de pronto se veía opacada por el simple hecho de que la cuenta con la que concluyó el evento era mas elevada de lo que pareciera razonable.
Dudo entre si la moraleja es no dejar que pensamientos tan terrenales puedan opacar un momento sensible o si tengo que asegurarme de saber cuánto me va a salir lo que consuma en Uruguay.